miércoles, 2 de mayo de 2018

Cuando Paul Naschy mordió la vida.


Mordiendo la vida fue una película que, evidentemente, no aportó nada a mi filmografía, pero le he dedicado cierto espacio porque significo el comienzo de mi salida del dantesco agujero de la depresión. En este sentido tengo mucho que agradecerle a Eduardo Fajardo.

Paul Naschy en el libro Memorias de un hombre lobo.



Prologo


Mi tercer largometraje habría sido el menos conflictivo de los tres si no hubiera sido por un gitano valenciano que intentó engañar a la productora y por Paul Naschy, para los amigos Jacinto Molina.
          Mordiendo la vida nació en el Festival de Cine de San Sebastián de 1981 donde me habían seleccionado mi primer cortometraje La Rosario y el Pinzas. A la actriz Beatriz Barón, la protagonista y la mujer con la que compartía mi vida, y a mí, nos había invitado el festival.
Después de la proyección del corto se me presentó Eduardo Fajardo, actor de muchos espaguetis westers que yo había visto en mi juventud. Me felicitó por mi trabajo y me dijo que le encantaría hacer una película conmigo. Después me escribió su teléfono en un trozo de papel y desapareció.
Perdí el papel.
El destino o lo que fuera, hizo que tres años después viniera a actuar con una compañía de teatro en el Auditórium de Palma.  Fui a ver la función y felicitarle al camerino. Se acordó enseguida de mí diciéndome el título del corto: La Rosario y el Pinzas. Aquella noche nos fuimos a cenar al Hotel Saratoga donde se hospedaba. Cenamos contemplando la bahía iluminada de Palma. Durante la cena me recordó lo que me dijo en San Sebastián: quería hacer una película conmigo.  
          Desde esa noche no perdimos el contacto, y al cabo de un año ya había leído el guión que le había mandado con el título de Mordiendo la vida. Para él había escrito el papel de policía maduro, cerca de su jubilación. Beatriz interpretaría a La Rizos, una prostituta que quería dejarlo.  Uno de los malos sería el actor mallorquín Ruperto Arés, doblador y amigo, y para el otro malo, aún no se había decidido quién sería.
          El proyecto se lo propuse a Eusebio Vicente Casaseca, conserje de noche del Hotel Fabiola de Portals Nous, y a Toni Vives, director de ventas de la Cadena Sol. Los productores con los que había hecho mi anterior película El último penalty. A los dos les pareció bien y se empezó la preproducción con el dinero justo para pagar el alquiler de la cámara Arriflex de 35 mm en Cámara Rent de Barcelona, cinco focos de mil, también de una empresa de Barcelona, los técnicos, pasajes, gasolina, hotel y comidas fuera del hotel. Además nos íbamos arriesgar y no pagaríamos la Seguridad Social de la gente. Era un riesgo pero lo aceptábamos porque de lo contrario no había película.
          La preproducción empezó y se puso una fecha de rodaje: 1 de julio de 1986.
Estábamos a finales de 1985.

En aquel tiempo teníamos la productora en la angosta calle Molineros, travesía de la calle peatonal de San Miquel. Era un piso grande, con cinco habitaciones y techos altos. Una pasada.
Cuando rodáramos pasaríamos la oficina en el hall del Hotel Continental, en primera línea al final del Paseo Marítimo, frente al mar. Un hotel con muchos años pero con el encanto de los años 60. Allí sería donde viviríamos poco más de cuatro semanas, lo que duraría el rodaje de la película. Nos hacían un precio muy especial porque era temporada baja y porque el director era amigo de Toni Vives.
          Todos los actores, excepto Eduardo y Beatriz, se eligieron en un casting que se hizo en la productora. Para el papel de El Murciano no encontrábamos al actor. Fue Eduardo que cuando le conté cómo había ido el casting por teléfono, me sugirió al actor Paul Naschy.
Huelga decir que enseguida le dije que ni hablar, que era un desprestigio tener a un actor como ese en una película. Pero él no se dio por vencido e insistió e insistió hasta que me dijo que se había intentando suicidar. Estaba pasando por una depresión muy fuerte. Por lo visto los productores se habían olvidado de él hacía algunos años y él no lo había superado.
           -Toma una medicación muy fuerte –me dijo Eduardo-. No sale de su casa desde hace meses y no deja de lamentarse y llorar. Hacer el papel de El Murciano sería su salvación. No está muerto de milagro, se tomó dos botes de fármacos. Menos mal que su mujer se olvidó de unos papeles y volvió al piso a recogerlos. Se lo encontró sentado en el sillón sin sentido. Lo salvaron de milagro. Dale una miseria, se conformará.
          Al final me convenció y se contrató a Paul Naschy por 25.000 pesetas diarias, una miseria para un actor que había cobrado mucho dinero por hacer de hombre lobo, pero una fortuna para nosotros.
La primera vez que hablé con él por teléfono fue normal hasta cierto punto. Él era el hombre lobo y yo era un director principiante, por eso me trató con cierta prepotencia.
-Lo voy hacer por mi amigo Eduardo –me dijo a regañadientes-. Yo ahora estoy pendiente de una película en Japón y voy muy liado. Pero bueno, hay que ayudar a los que empezáis en esta dura profesión.
Aguante estoicamente que me diera consejos y me contara un par de anécdotas como actor.
Cuando colgué pensé que Naschy mantendría la boca callada con la prensa y así nadie me señalaría con el dedo, pero me equivoqué rotundamente. El mismo se encargó de avisar a toda la prensa mallorquina de su llegada a la isla. Incluso hizo entrevistas por teléfono con algunas radios antes de pisarla. Eso ya me calló bastante mal y se lo recriminé a Eduardo.
          -Es así –se justificó-, se cree una estrella. Hay que tener paciencia.
          -Una estrella apagada –dije yo enfadado.
          Eusebio Vicente Casaseca, uno de los productores, conociendo mi fuerte carácter me dijo que no le dijera nada, que lo olvidara. Así lo hice por el bien de la película.

          La segunda vez que hablé con Paul Naschy por teléfono fue él mismo que llamó. Era para decirme que le gustaba mucho el guión pero que su papel era muy poca cosa para él. Me quedé de piedra. Hay qué decir que él no sabía que yo estaba al día de su desesperada situación. Se creía que yo lo había elegido para El Murciano por ser un gran actor. Estuve tentado a decirle que no lo quería ni gratis, pero por Eduardo Fajardo, que cada día me caía mejor, me callé.
          -Yo me veo más en el papel de Ángel –me dijo-. Es un papel con fuerza dramática y mucho encanto. Lo veo un papel muy americano, ya me entiendes.
          No, no lo entendía. El papel de Ángel lo había escrito para mí no para Naschy que estaba viejo y calvo.
          -Llámame Jacinto –me dijo perdonándome la vida-. Además, cobrando la miseria que voy a cobrar tendría que hacer un papel de protagonista, no el malo de la película. ¿Sabes lo que yo cobro por el protagonista de una película? No te lo voy a decir porque te lo imaginas. Soy un actor internacional que hará mucho bien a tu película. La podrás vender al mundo entero. Incluso en Los Ángeles donde tengo un club de fans
          Volví a aguantar estoicamente, sin decir a penas nada, la media hora que me tuvo al teléfono intentando convencerme para que fuera el protagonista. Y cuando le dije que el papel lo haría yo, se como enfadó. Noté a través del teléfono que aguantaba su rabia o lo que fuera. Estoy seguro que me hubiera dicho que no la iba a cagar y que no tenía ni puta idea, pero en cambio dijo:
          -¿Tienes algún interés especial para hacer el papel de Ángel?
          -Lo escribí para mí –le dije a punto de demostrarle mi cabreo-. Yo veo al personaje de menos de cuarenta años y tú tienes unos cuantos más.
          -En el cine existe el maquillaje, que seguro que lo sabes.
          Sí lo sabía pensando en el horrible maquillaje de sus películas.
          -Creo que el papel de El Murciano lo harás genial, Jacinto. Hay películas que el malo es importantísimo en la historia. El Murciano es uno de ellos. Para este personaje especial necesito una presencia especial como la tuya –le mentí.
          Después de aproximadamente un hora al teléfono sin conseguir convencerlo.
-Acepto el papel, pero no descartes que yo puedo ser el protagonista perfecto. Y no te preocupes que tú eres joven y tendrás muchas oportunidades para ser protagonista en otra películas.
          Colgué el auricular más cabreado que una mona. Me cagué en el hombre lobo hasta que me cansé. Estaba seguro que me estaba equivocando en contratar a Paul Naschy en la película, pero no quería incomodar a Eduardo Fajardo, una buena persona amigo de sus amigos.

La segunda vez que me llamó Jacinto Molina fue para preguntarme si se podía potenciar el papel de El Murciano. No me dijo nada de ser el protagonista porque Eduardo le había llamado días antes para darle un toque de atención.
-El papel de El Murciano creo que está perfecto, o al menos a mí me lo parece –le dije cansado de escuchar su rollo patatero.
-De todas formas cuando esté en la isla podemos sentarnos y cambiar impresiones. Nos interesa a los dos que El Murciano tenga la máxima fuerza posible en la película, que salga de la pantalla.
-De acuerdo, lo miraremos –le dije para terminar la conversación sin intención de hacerlo..
          Una semana del comienzo del rodaje me llamó Eduardo para decirme a ver si había posibilidad de que Jacinto Molina se pudiera quedar en el hotel todo el rodaje.
          -Ya que se le paga tan poco, podrías tener el detalle de que se quedará en el hotel todo el rodaje. Lo has sacado del pozo donde había caído, ahora puedes rematar la obra de caridad con dejarlo en el hotel todo el mes. Lo necesita porque volver a Madrid puede serle perjudicial.
          -Pero si tiene como ocho secuencias, Eduardo –le dije empezando a ponerme nervioso-. Si ruedo con Naschy como lo tengo previsto, en cinco días me lo quito de encima.
          -Una habitación más durante todo el mes no creo que tenga tanta importancia. Como eres tú, seguro que has conseguido un precio muy especial.
          Era verdad, al ser temporada baja y ser amigo de Alex, el director, pagaba por habitación con desayuno, comida y cena, la mitad de su precio. Una ganga.
-De acuerdo –dije aburrido.
          Eduardo Fajardo era una persona estupenda además de un buen actor desaprovechado en este país por ser de derechas, franquista para más señas. Nunca hablaba de política. Quizá demasiado conservador pero muy abierto a las ideas de los demás.
Desde un principio nuestras posiciones políticas quedaron claras: él de derechas y yo de izquierdas. Solo me exigió poder traer a su mujer al rodaje.
          Le dije que sí, por supuesto.



Palma de Mallorca
27 de junio de 1986


Jacinto Santos llegó a Palma tres días antes de empezar el rodaje. Eduardo me acompañó a buscarlo al aeropuerto con mi Simca 1200 de color blanco, no demasiado presentable. Los coches nunca han sido mi preocupación, siempre los he utilizado como medio de transportes, ni siquiera suelo llevarlos limpios. Por eso, Jacinto se sorprendió que lo fuéramos a buscar en ese coche, supongo que él esperaba una limusina o algo parecido.
          Al ver la cara que puso cuando vio el Simca 1200 Eduardo empezó a decirle lo bien que lo pasaría en el rodaje y el mucho talento que tenías todos los actores que participaban en la película. En el trayecto hacia el hotel Jacinto se fue relajando. No tenía claro dónde se había metido.
          Al llegar al hotel se instaló en su habitación con vista al club náutico y lo volvimos a ver a la hora de comer. Allí le presenté a todo el equipo. Lo hice porque éramos pocos y para que se sintiera en familia. Sin contarme a mí éramos catorce personas. Pero a él pareció no hacerle ninguna ilusión lo de las presentaciones, y, sin previo aviso, le preguntó a Vito, la encargada de vestuario. Una bella y buenísima persona de cincuenta años que no hablaba por no ofender.
-¿Cuándo probamos el vestuario?
Vito se  quedó a cuadros y me miró sonriendo, asustada.
-¿Podemos hablar un momento, Jacinto? –le dije yo-. ¿Puedes venir, Eduardo?
          Los tres nos fuimos a la antesala del comedor.
          -Vamos a ver, Jacinto –le empecé diciendo, muy serio-. Te dije por teléfono que esto era una película independiente y que había muy poco dinero. Por lo que los actores se tenían que conseguirse el vestuario.
          -No, si está claro –dijo.
-¿Entonces?
          -Pero por muy poco que haya en cualquier película hay algo de vestuario.
          -No, Jacinto –intervino Eduardo-, en esta película los actores se traen el vestuario.
          -¿También los protagonistas?
          -También –dije yo.
          -Pero yo no tengo vestuario para cine, a mí siempre me lo han proporcionado, no lo he traído de mi casa.
          -Resumiendo –dije casi enfadado-: no tienes vestuario.
          -Hombre, yo pensé que algo tendríais.
          -Pues no, no tenemos.
          -Si basta que me compréis dos o tres trajes, no importa que sean caros.
          -Déjame a mí, Martín, yo hablo con él –se ofreció Eduardo.
          Entré en el comedor pensando que me había equivocado contratando a Paul Naschy. Al cabo de diez minutos, Eduardo y Jacinto se reunieron con nosotros para comer. Eduardo me dedicó una sonrisa conciliadora. 
          La dirección del hotel, que tenía menos de la mitad de ocupación, pudo montar con varias mesas una sola rectangular para que pudiéramos estar todos juntos. Como a mí me gustan las esquinas y me senté en una de ellas junto a Beatriz, Eusebio Vicente Casaseca, el productor, y Marc Mallol el director de foto. Luego se unieron a nosotros Eduardo, su mujer, y Paul Naschy.
          La comida transcurrió con normalidad, e incluso fue agradable. Tanto Eduardo como Jacinto contaron sus batallitas en el mundo del cine. Las del primero eran divertidas y sin nada de resentimiento, la del segundo siempre acababan con algún conflicto o mal rollo.
Tomamos los cafés en la cafetería del hotel y se repartió el trabajo para todo el equipo. Nos volvimos a quedar solos Eduardo, Jacinto y yo.
          El hombre lobo español volvió atacar.
          -Si me lo permites, Martín, me gustaría hablarte de mi personaje, El Murciano.
          -Adelante –dije asustado, con una copa de hierbas dulces mezcladas entre las manos.
          -Yo creo que le falta algo para acabar de estar redondo. Es un malo con mucha potencia que creo que no desarrolla del todo. Estoy convencido que tiene muchas más posibilidades. Yo he hecho una serie de anotaciones, sugerencias, con toda humildad, que tengo en la maleta. Solo te pido que las mires, nada más.
          -Vamos a empezar la película dentro de tres días, Jacinto –le dijo Eduardo.
          -No es nada. Simples sugerencias para darle al personaje más posibilidades.
          Un ángel de la guarda, convertido en Jefe de Producción, se nos acercó.
          -Perdona, Martín, te necesitamos en maquillaje.
          -Disculpadme –dije levantándome.
          Me fui volando con Ruperto.
          Me volví a encontrar con Jacinto a la hora de la cena.  La pobre Vito se me acerco y con disimulo me dijo:
          -El Naschy dice que mire de comprarle algunos trajes baratos para el personaje, ¿qué hago?
          -¿Qué dinero tienes?
          -El que se me ha dado Eusebio.
          -¿Hay dinero presupuestado para trajes del señor Naschy?
          -No.
          -Entonces la pregunta es absurda, ¿no crees, Vito? –le dije y me fui.
          Hay que decir que ni en la comida ni en la cena nadie hizo caso a Naschy. Lo miraban como un personaje curioso, como aquel actor que había hecho de hombre lobo en películas que nunca habían visto ni verían. Todo el equipo técnico era gente joven a la que no le gustaba demasiado el cine español. Era evidente que no les hacía mucha gracia.
Pero eso a Jacinto se la traía floja porque él iba de estrella y estaba por sobre encima de ellos. Justo el apretón de manos en las presentaciones, y punto. Lo que debía de extrañar a Jacinto es que nadie le pidiera un autógrafo.
          Por la noche nos volvimos a sentar en los mismos sitios y se volvieron a repetir las batallitas, aunque Jacinto llevaba la delantera. Después de la cena nos fuimos a la cafetería, donde el hombre lobo español me pasó unos diez folios escritos a mano.
          -Míratelo, y no pasa nada. Pero yo creo que estos añadidos, porque realmente no he cambiado nada de lo que hay escrito, ayudarán al personaje. Te lo dice uno que ha escrito muchos guiones de películas internacionales.
          Aburrido, le dije que le echaría un vistazo.
          Ya en la habitación, tiré los folios a la papelera y llamé a Eduardo para decirle que hablaba seriamente con Jacinto o habría problemas.
-No te preocupes que ahora mismo voy a su habitación y le dejo las cosas claras. Duerme tranquilo.
Y se ve que lo hizo, por que en el desayuno del día siguiente el hombre lobo español no me dijo nada.



Domingo, 28 de junio


El domingo solo me encontré con Jacinto en la cena acompañado de Eduardo Fajardo y su mujer.
El hombre lobo seguía contando anécdotas de su vida en el cine. Pero todas eran relacionadas con él y sus compañeros no salían demasiado bien parados. Aunque de algunas actrices hablaba maravillas dejando bien claro lo gran don Juan que era.
Una de sus anécdotas preferidas era cuando en una película cogió a José Luis Galiardo del cuello y lo estampó contra la pared. Por lo visto el actor se reía de Jacinto a sus espaldas.
-Le cogí del cuello y le amenacé con romperle la cara de guaperas que tenía –le grité.
Según Jacinto, Galiardo se acojonó y dejó de reírse de él. La verdad es que no me creía la historia. Jacinto era bajo pero corpulento y si no hablabas con él te podía llegar hasta dar miedo. Pero no te lo imaginabas un hombre violento.
-En el cine español hay demasiados chulos, y yo a esos me los paso por el forro –decía con evidente resentimiento-. Están acostumbrados al cine de Ozores, que por cierto, yo trabajé con él en una película. Y el desagradecido no me llamó más. Muy diferente a Lazaga, un director genial para mí, y creo que yo entiendo bastante de esta profesión. Teníamos el mismo gusto por las mujeres. A Pedro le volvían loco. Menudas juergas nos hemos corrido.
No paraba, era como una máquina.
-En España los guionistas son muy malos, no tienen imaginación. Ahí están las películas ue hacen, no se las salta un torero. Por eso me han puteado tanto esas cosas que se llaman críticos. Mi éxito siempre ha dolido en este país, mientras que en el extranjero me idolatran. Paul Naschy es muy importante fuera de este país de envidiosos.
Y seguía y seguía.
-A mí me ha pedido un papel el mismísimo Robert Taylor. ¿Cuántos directores pueden decir esto? Estaba rodando en Madrid un anuncio de televisores y me llamó por teléfono. Quiero un papel en tu próxima película, me dijo Taylor. Yo estuve cenando con Batte Davis. Solos. Y perdonadme, Beatriz y Mari, pero yo he tenido relaciones con grandes señoras, entre ellas Nadiuska y Barbara Meller. No es por presumir, es simplemente para que sepáis lo que abarca el personaje de Paul Naschy.
Díos mío, ¿qué coño hacía yo sentado en la misma mesa con aquel señor?, no dejaba de preguntarme.



Martes, 1 de julio


El primer día de rodaje, Jacinto se quedó en el hotel todo el día. Y cuando regresamos, después de la primera dura jornada de diez horas, el recepcionista me dijo que el director quería hablar conmigo.
-El señor Naschy no ha dejado de telefonear durante todo el día desde la habitación –empezó diciéndome Alex-, y ha consumido seis cervezas en la cafetería. Y cuando el camarero le ha dado el ticket para pagar, él ha dicho que de sus gastos se encargaba la productora, ¿qué hacemos, Martín?
Me fui como una fiera a buscar a Eduardo para hablar con él antes de que entrara en el comedor.
-Eduardo, ¿no le dijiste a Jacinto que el teléfono y la bebida que consumiera era cosa suya?
-Le dije exactamente lo que tú me dijiste.
-Pues no te debió entender bien porque le ha dicho al camarero de la cafetería que todos sus gastos corren a cargo de la productora.
-¿Eso ha dicho?
-Me lo acaba de decir el director del hotel.
-Hablaré otra vez con él.
-Este hombre tiene un problema: solo se oye así mismo.
-Escucha un momento, Martín. Yo me voy a pagar los gastos, como te dije. Por mí no tendrás que pagar nada extra, pero deja que él telefonee y que se tome cuatro cervezas. Solo se le pagan veinticinco mil diarias, que es muy poco siendo quién es. Ten un detalle con él.
-¿Y las cervezas? ¿Sabes lo que puede costar el teléfono y las cervezas durante el mes que estaremos en el hotel? Subirá una barbaridad. Te lo digo porque tengo experiencia en estas cosas.
-Lo sé, lo sé. ¿Pero no puedes hacer una excepción? Piensa que me pones en un aprieto, Jacinto se puede enfadar. Habla con los productores. Hazme el favor.
-Cuando llegaron todos al hotel se hizo una reunión y Eusebio Vicente Casaseca, uno de los productores como ya sabes, dijo bien claro que teléfono y copas iban a cargo de cada uno. No hace falta decirlo de nuevo.
-No sé qué quieres qué te diga. Creo que deberías asumir los extras de Jacinto. Te guste o no es un nombre en el cine español.
-Un nombre del que no se acuerda nadie –dije cabreado pero resignado. Estaba claro que el señor Naschy me iba a dar por culo.
          Después de la cena me reuní con el equipo para hacer un balance del primer día de rodaje que no había estado mal del todo. Los primeros días de una película son difíciles porque la gente aún no está ubicada. Cuando se fueron los catorce y me disponía a irme a dormir Jacinto se presentó.
-¿Podemos hablar un momento, Martín?
          -Sí, claro –le dije temblando de miedo.
          -Te voy a decir una cosa pero no quiero que te influya ni a ti ni a la película. Creo, yo creo, que El Murciano tendría que tener un rollo de faldas. Piensa que no es normal que sea un matón del barrio chino y no tenga tías.
          -Las tiene en su vida privada –No podía creerme lo que me estaba pasando.
          -Pero eso el espectador no lo sabe. Mira, te lo dice un señor que ha hecho muchas película y sabe de qué va. El espectador es tonto y hay que dárselo todo masticado. No puedes pretender que el público piense que El Murciano tenga tías. Tiene que verlo con sus ojos. Solo sería incluir una o dos secuencias de El Murciano con unas tías. Nada, escenas de cinco o diez minutos. No entorpece el guión y lo enriquece.
          Si en aquel momento me hubieran pinchado no habrían encontrado sangre. ¿Qué podía decirle a aquel hombre? Nunca podré entender a los actores. No dejan de mendigar un papel en cuanto te ven, y cuando se lo das empiezan a amargarte la vida. Todo son pegas, inconvenientes.
          -Jacinto, yo creo que no es necesario que se vean las mujeres del Murciano.
          -Vale, vale, no pasa nada. Pero hazme un favor, piénsatelo detenidamente y llegarás a la conclusión de que tengo razón. Como sé que estás muy liado puedo hasta escribírtelas yo mismo.
          Escribírmelas él mismo. Tenía que hablar urgentemente con Eduardo. Le dije que lo pensaría y escapé hacia el ascensor para encerrarme en mi habitación y llamar a Eduardo.
          Así lo hice, pero Eduardo no estaba en su habitación.
          Menos mal que siempre estaba Beatriz para desahogarme.
          -Déjalo hablar y ni caso –me decía.



Jueves, 3 de julio


El tercer día de rodaje Jacinto entró en acción. Y lo hizo llevándome aparte para decirme que Ruperto le había dicho que tenía que ir al set en el coche con otros actores.
          Teníamos cinco coches. Mi Simca 1200 era para los actores y el vestuario; el Renault 5 de Paco Díaz, el regidor, era también para actores y los bocatas de las once; el Citroën 2 Caballos furgoneta de Toni Garau, ayudante de producción, era donde iban los focos y los cables; el Fiat 850 de Catalina Alcira, secretaria de rodaje y strip, era para el director de foto, el foquista y la cámara; y el Seat wwwwwwwww de Riki, el ayudante de eléctrico, era para el aquipo. Manolo Peralta, el foto fija, iba en su moto.
          -Tenemos los coches justos, Jacinto –le dije en la puerta del hotel.
          -Mira, Martín, yo no quiero traerte problemas, pero para un actor como yo tendrías que tener un coche exclusivo. Estoy dispuesto a compartirlo con Eduardo, Beatriz y contigo, pero con actores de reparto, no. Para eso hay los minibuses.
          Es difícil explicar lo que uno siente a las ocho de la mañana con un frío que pela escuchando las paridas de un hombre lobo. Menos mal que Eduardo, intuyendo que algo ocurría, se acercó a nosotros y, después de que Naschy le explicara el problema, Eduardo lo solucionó parando un taxi.
          Me quedé sin saber qué hacer.
          -No te preocupes, Martín, tú sigue ocupándote de lo tuyo y yo me llevo a Jacinto al set.
          Y así fue.
          La secuencia que se iba a rodar era sencilla, exterior, en una plaza en pleno barrio chino. La elegí fácil para que el hombre lobo rompiera el hielo. Era una secuencia sin diálogo, al menos que se entendiera. Naschy llegaba con un lujoso coche conducido por su guardaespaldas a la plaza donde le esperaba Rodolfo, que encarnaba Ruberto Arés, nuestro jefe de producción.
          El guardaespaldas era el bueno de Toni Durán, que tenía unos  treinta y cinco años y no era actor. Lo elegí por su impresionante físico, por lo feo que era y su cabeza afeitada. En su juventud se había subido muchas veces al ring a pegarse puñetazos. Ganó muy pocos combates pero la nariz se la dejaron aplastada. El entrenador tuvo que echarlo y decirle que se dedicara a otra cosa. Todo el mundo decía que había quedado un poco tocado, y la verdad es que era muy simple. Era como un chico de quince años.
          Toni no tenía carné de conducir ni sabía conducir, pero no importaba porque el coche entraba en cuadro recorriendo solo cuatro o cinco metros y se paraba. Era muy fácil. Pero por lo visto para Toni era complicadísimo, no había forma de que parara en la señal marcada en el suelo. La escena se repitió como diez veces sin conseguirlo y nos puso a todos histéricos. Sobre todo a Naschy, que no dejaba de decir a todo el mundo que siempre se tenían que elegir a actores de verdad por pequeño que fuera el papel.
          En eso le daba la razón al señor Nachy, pero estábamos haciendo una película independiente catorce tíos y yo con dos duros, y eso era lo que no entendía el hombre lobo pero si nuestro productor.

En la plaza se llegaron a congregar casi cien personas que no dejaban de comentar e incluso algunos reírse, porque no había manera de que Toni dejará el coche en su lugar.
Después de unas veinte intentonas, opté por empezar la secuencia con el coche parado y Jacinto y Toni fuera del vehículo. Fue la solución más fácil que encontré, pero el hombre lobo no estuvo muy contento porque quería hacer su salida triunfal del coche. Era su presentación, y hacerla junto a su guardaespaldas no le hacía gracia, quería la cámara para él solo.
Esa mañana, si Naschy hubiera podido echar a Toni del rodaje lo habría hecho. Y lo gracioso era que el exboxeador era el único admirador. Se había visto todas sus películas y lo admiraba. No sé podía creer que estaba junto a él en una película.
-¿Qué cara pongo en esta secuencia aunque no tenga diálogo? –me preguntó con soberbia Jacinto.    
          -No hay diálogo –le contesté-. ¿No te has mirado el guión, Jacinto?
          -Ya lo sé que no hay diálogo, pero algo tenderé que decir. Si quieres puedo improvisar algo. ¿No quieres qué actúe?
          -¡Claro que quiero que actúes! Pero actúa con la máxima naturalidad del mundo, como si fueras en realidad El Murciano. Y basta con tu fuerte mirada. Miras a Rodolfo con intensidad, medio sarcástico. No te cae bien, nunca te ha caído y bien y se la tienes jurada. Ya hemos hablado mucho sobre la personalidad del personaje y creo que los dos lo tenemos más que claro. Ahora solo interpreta con la máxima naturalidad que puedas. Se simplemente El Murciano.
          -Pero El Murciano tendrá matices.
          -Por supuesto, pero en esta escena no hay diálogo. Simplemente te ves por primera vez con Rodolfo, el hombre al que odias.
          Me miró unos segundos ante la expectativa creada en todo el equipo que nos miraban interesados, quizá pensado que iba a pasar algo.
          -Vamos allá –dijo muy serio-. Manuela.
          Manuela Moreno había venido de Barcelona para hacer de maquilladora en la película. Tenía cincuenta años, venía por un dinero irrisorio y era una profesional de primera.
          -No te preocupes, Martín, yo lo toreo –me decía siempre que oía a Naschy decir su nombre-. Voy para allá, Jacinto, cariño.   
          Para volver al hotel, Eduardo cogió de nuevo otro taxi. En el hotel Eusebio le dio el dinero de los dos taxis a regañadientes.
          Después de la cena me senté con Eusebio a solucionar el tema del coche que exigía Naschy.
          -No hay más dinero para extras –dijo tajante el productor.
          -¿Entonces qué hacemos? ¿Lo mando a la mierda? ¿Le dijo que se vaya al set andando?
          Llamamos a Toni Vives, el otro productor de la película, que estaba poco en el rodaje porque trabajaba en la Cadena Sol y tenía sus obligaciones laborales. Después de explicarle el caso nos dijo:
          -No os preocupéis, yo alquilaré un coche a mi nombre. Mañana por la mañana tenéis que recogerlo en el aeropuerto. Ya os diré la empresa, aunque seguramente será Hasso.
          Así se solucionó el tema del coche.



Sábado, 5 de julio


Pudimos sobrevivir hasta el primer sábado, que se terminó de trabajar a las tres de la tarde. El balance fue positivo, y los copiones que vi. la noche anterior en los multicines Chaplin de mi amigo Olives, me gustaron. Marc Mallol estaba haciendo una buena fotografía y los actores estaban muy bien.
          A la proyección quiso venir Jacinto, aunque yo no quería actores en las proyecciones por las manías que suelen tener. Y con Jacinto no me equivoqué. Menos mal que le dije a Eduardo que nos acompañase porque intuía que algo pasaría. No me equivoqué. Jacinto vio la proyección en silencio, y no abrió la boca de regreso al hotel. Pero nada más entrar en el hall le dijo a Eduardo que teníamos que hablar los tres.
          Nos sentamos en la vacía cafetería del hotel y Jacinto, muy serio, para no variar, empezó a hablar.
          -Con todo mi respeto, Martín, creo que algunos actores en esta película no están a la altura –dijo con dos cojones-. Tú tienes una forma de dirigir muy especial, confías en el actor y crees que él sabrá hacerlo. Conmigo no tienes problema porque sé cómo hacerlo, pero hay otros que no saben cómo hacerlo.
          -¿De quién estás hablando, Jacinto? –dijo Eduardo.
          -Por ejemplo Arés, el jefe de producción. Creo que exagera su actuación. Va muy de malo, ya me entendéis. Además imposta la voz y no sé por qué. Bueno, sí que lo sé: es doblador. Y los dobladores no sirven para actores, sino no serían actores y no dobladores. Es evidente.
          El bueno de Eduardo, al ver venir la tormenta volvió a intentarlo. 
          -Vamos a ver, Jacinto. Este señor es director –dijo señalándome-. Y su trabajo es dirigir a los actores. Si él no dice nada a Ruperto es porque cree que lo hace bien. ¿Es verdad, Martín?
          Asentí con la cabeza a punto de estallar. Una semana levantándote a las siete, catorce horas diarias de rodaje durante una semana, y tenía que aguantar las chorradas del hombre lobo. No podía.
          -Cada director tiene su librillo, Jacinto, y ningún actor puede decir nada. Él dirige dando plena libertad al actor. ¿Si lo haces bien para qué te va a decir algo? Pero no te equivoques creyendo que Martín no lo controla todo. No se le escapa nada, te lo digo yo que me han dirigido muchos directores. Si no dice nada a Ruperto es porque para él lo hace bien y punto. No hay nada más que decir, Jacinto.
          -Pero…
          -¿Tú estás satisfecho con tu interpretación?
          -Mi interpretación la hago yo.
          -Permíteme decirte que ahí te equivocas. Todos los músicos de una orquesta hacen lo que dice su director aunque toquen su instrumento. No dudes que haces lo que Martín quiere, aunque no te diga nada.
          -Yo no veo las cosas así.
          -Tú puedes ver las cosas como quieras, Jacinto, pero esto es lo que hay.
          .¿Me puedo ir, es que estoy cansado –dije muy serio, a punto de decirle al hombre lobo lo que pensaba de él.
          -Puedes irte que yo me quedo hablando con Jacinto. Buenas noches.
          Me fui hacia el ascensor cagándome en la madre que parió al hombre lobo. En la habitación me desahogué con Beatriz, que tampoco podía soportar a Naschy.
          -Este tío se ha equivocado de película –dijo indignada Bea-. Se cree que esto es una superproducción de Hollywood. ¿No se da cuenta de que somos cuatro mataos?
          -Sabía que no tenía que haberlo cogido.
          -O sea que ahora no se conforma en hacerlo mal que además critica a los compañeros. Es una joya este tío. Tienes que poner su nombre el primero en el cartel.
          -No pondrían ningún inconveniente pero no va a ser así.
          El rodaje de la mañana del sábado fue tranquila sin Naschy, que no rodaba. Por la tarde cada uno se fue por su lado. Bea y yo nos fuimos al los multicines Chaplin a ver El beso de la mujer araña del brasileño Héctor Babenco, con William Hurt, Raúl Juliá y Sonia Braga. Fue una película estupenda que nos llenó de vitalidad.
          Cuando llegamos al hotel nos encontramos con Eduardo y su mujer tomando una copa en la cafetería. Enseguida que nos vio nos advirtió.
          -Jacinto ha ido al baño. Nos ha pedido a ver si puede venir con nosotros mañana porque no tiene ningún plan.
          El domingo yo había organizado una paella para Eduardo y su mujer en la casa de campo de un amigo. Y la verdad que la presencia de Naschy no me apetecía.
          -No te preocupes, Martín, nosotros nos vamos con él. ¿Qué puedo hacer? Está aquí por mí.
          Accedía a que viniera Naschy porque en el fondo me daba pena.
          Jacinto se sentó con nosotros eufórico y pidió otra copa cuando Eduardo invitó a una ronda.
La conversación de Jacinto Molina era siempre igual lloviera o tronara. Solo tenía un tema de conversación: Paul Naschy. Cualquier conversación que se empezara Jacinto se la llevaba a su terreno. Ponía a parir al cine español en general. Y a los que más odiaba era a los críticos de cine que decían que sus películas eran basura y que él era un mal actor. Los hubiera llevado a todos al paredón.
          -Los críticos de este país no tienen ni puta idea de cine –decía con rabia contenida-. Están con Pila Miró que no cagan, y ya veréis, a la larga se darán cuenta de quién es la Miró. Estábamos bien con nuestro cine no necesitábamos que viniera nadie a cambiarlo. ¿Sabéis lo que mira el espectador antes de entrar en una sala de cine? Mira abajo del póster a ver si hay el logo de Ministerio de Cultura. Y si lo hay, ya no entra. Eso es lo que pasa en España en estos momentos. Estamos haciendo un cine que no interesa al espectador. Todas mis películas han sido éxitos, todas han dado dinero en taquilla. O sea que a mí no me vengan con cuentos de que el españolito de a pie no entiende de cine. Este es un país de amiguismo, y hacen cine los que tienen amigos, ni más ni menos. En este país el cine no es serio.
           


Lunes, 7 de julio


El domingo por la noche tuve dos reuniones: una con Marc, el director de fotografía, y la otra con Eduardo Fajardo. La primera fue con este último.
-¿No se podrían conseguir algunas sillas de cine, las clásicas, para cuando rodemos en la calle nos podamos sentar? No importa poner el nombre detrás.  
-¿Es otra exigencia de Jacinto?
-Ya lo sabes, Martín, no me lo preguntes –me dijo tranquilizador-. Tres o cuatro. No deben de ser muy caras. Y si producción no puede, al menos una para Jacinto a mí me da igual. No importa que le pongáis el nombre detrás.
          Aquello era superior a mis fuerzas, pero no quise enfadarme con Eduardo que no tenía la culpa y hacía lo que podía. Era evidente que se arrepentía de haberme impuesto al hombre lobo.
          -Miraré lo que puedo hacer –le dije.
          Antes de la reunión con Marc hablé con Ruperto y Eusebio para que solucionaran el tema de la puta silla para Jacinto. Ruperto, el hombre de las soluciones, que pasaba por un mal momento porque su mujer le había dicho que lo dejaba, se ofreció para encontrar alguna entre sus amigos.
          La reunión de Marc fue muy corta. El director de fotografía era un tipo que pasaba el metro ochenta, era un poco miope, y estaba un poco gordo. Era una persona especial, escorpión como yo, y no tenía demasiada paciencia con la gente. Pero hacía bien su trabajo.
Me propuso que cada uno en el comedor del hotel se sentara en la mesa que quisiera y con quien quisiera. No tuve ninguna objeción y le pregunté por qué.
          -Hablo en nombre del equipo. Paul Naschy es demasiado fuerte para nosotros, la gente normal –contestó sonriendo.
          El primer día de la segunda semana de rodaje fue un poco caótico porque la prostituta prevista para la escena no se presentó. Ruperto se tuvo que poner a buscar una puta que quisiera salir en la peli.
Ninguna quería hacer de puta por increíble que parezca. Accedían a hacer el papel pero sin que se les viera la cara. Al final encontramos una gorda con unas tetas impresionantes y con mucha gracia. Se llamaba María y era una pueblerina nueva en el oficio. La mujer de más de treinta años, se lo pasó tan bien con nosotros que no quiso cobrar con la condición que la invitáramos al estreno.
A Ruperto, un amigo suyo, dueño de un bar llamado La Polka, decorado con cosas de cine, le dejó dos sillas. Cuando se le dijo a Jacinto que disponía de silla, lo primero que le preguntó la estrella es si había puesto su nombre.
-Bueno, se mirará –le dijo el cachondo de Ruperto, que pasaba de todo.
Jacinto rodó la escena de Ruperto y él en un bar cutre. La secuencia la planifiqué en un solo plano. Cada uno en un lado de una mesa.
Terminada la secuencia, Jacinto me llevó a parte y me dijo que por qué no tomaba primeros planos.
-No me gustan demasiado los primero planos –le dije muy serio-. La secuencia es corta y queda bien así, no es necesario hacer cortos.
-Pero esa escena nuestra necesita unos primeros planos.
-Son formas de verlo, Jacinto –le dije terminando la conversación-. Vamos a seguir que vamos retrasados.
          Por primera vez cenamos en el hotel en una mesa individual para cinco personas: Eduardo y su mujer, Jacinto, Beatriz y yo. Los demás se colocaron en varias mesas en la otra parte del comedor. Nadie hizo el menor comentario, excepto el hombre lobo.
          -Los equipos son muy raros. Cuando vi la mesa larga para todos no te dije nada, Martín, pero enseguida pensé que no era una buena idea. Nosotros para bien o para mal somos las estrellas de la película y ellos son el equipo. Eso es así y en el cine se tiene muy claro. Tú lo irás comprobando a medida que hagas películas.
          Cuando estuvimos Beatriz y yo en nuestra habitación, Bea me pregunto:
          -¿Te has dado cuenta de cómo huele el tío?
          Desde el principio me había dado cuenta de que Jacinto no pasaba mucho por la ducha. Hacía un olor rancio, parecido al de los curas que nos abrazaban y tiraban su aliento contra nuestras orejas y cuello en los 1960. Al menos a mí me lo recordaba. Quise pensar que no se duchaba debido a la depresión, pero, por otra parte, lo veía bien, con ganas de hablar, nada triste.
La ropa tampoco se la cambiaba con frecuencia. No sé si es porque siempre iba de oscuro, pero daba la sensación de que siempre llevaba las mismas prendas, que solían ser oscuras. Lo que no se cambiaba era la chaqueta de piel oscura.
-¿Qué pasa, que este hombre no se lava o aún sigue haciendo de hombre lobo?
Me reí a gusto con Bea, que tenía un humor especial, muy catalán.
Para bien o para mal, Jacinto Molina alias Paul Naschy era todo un personaje que no pasaba desapercibido.



Martes, 8 de julio


A primera hora de la mañana nos fuimos a rodar a la finca de la familia Rotger, un edificio con cien años de solera en medio del campo, que me la cedieron amablemente para utilizarla en la película.
A las nueve empezábamos a rodar la escena en que El Murciano y Rodolfo van a la casa del mafioso Don Antonio a verlo. El mafioso lo interpretaba el actor de teatro Serafín Guiscafré, director del Teatro Principal de Palma. Un hombre con empaque y distinción.
          Ya que Naschy era la mano derecha del mafioso, lo coloqué detrás de él, preparado a saltar sobre Ruperto a la menor indicación. Y en un momento dado de la conversación Jacinto le entregaba un sobre a Rodolfo.
          Antes de rodar lo del sobre, Jacinto me preguntó cómo se lo tenía que dar.
          -Dáselo –le dije.
          -¿Pero cómo? 
          -Vamos a ver, Jacinto, dale el sobre como te salga de los cojones. Es simplemente dar un puto sobre, nada más.
          Naschy no dijo nada y se fue a su puesto dispuesto a rodar. Cuando dije acción entregó el sobre dándole golpecitos en la palma de la mano. Terminada la escena se acercó a mí de nuevo y me dijo:
          -¿Te has dado cuenta la diferencia de dar un sobre sin más a darlo dando previamente unos golpecitos?
          -Sí. Tenías razón –le dije-, has hecho lo que hubiera hecho cualquier actor -y huí.
          Por la tarde se rodó la escena de Naschy en el cementerio. Llegaba con el coche conducido teóricamente por Toni, su guardaespaldas. Se volvió a intentar que el exboxeador condujera, pero fue inútil porque se ponía muy nervioso. Para no perder tiempo, porque la veía venir, opté por que el coche, que era un Renault grande de color gris verdoso, lo condujera el dueño. Y así se hizo.
          Llegaba hasta la misma entrada del cementerio, paraba y Naschy y Toni salían del vehículo. En el mismo plano Naschy entraba solo en el cementerio y se perdía por debajo de la cámara que la habíamos colocado sobre una tumba grande.
          -Vamos a ver, Martín, ¿es necesario que pase por debajo la cámara?
          -El plano es así. Queda muy bien –le dije.
          -Es que se me ve la calva.
          -Se te ve todo el tiempo.
          -Pero no tan específicamente.
          -Jacinto –dije cansado-, el plano es así y la cámara ya está en su lugar.
-Ya sé que me quedan cuatro pelos, pero si encima paso por debajo de la cámara… -intentó bromear, aunque nadie le rió la broma.
          -El plano es muy bonito, Jacinto –le dije simpático.
          La siguiente secuencia en el cementerio era el hombre lobo llegando a una tumba donde estaba la fotografía de una guapa niña. La tumba era de mi familia y la niña era mi prima María Antonia que había muerto en accidente de bicicleta a los diez años.
          Él la tenía que mirar con tristeza porque se suponía que era su hija. Y así lo hizo. Pero la cara de Paul Naschy era de acero. Le rodé varias veces en un plano corto, pero su cara no cambiaba de expresión.
          -Yo creo que está bien así, no hace falta llorar –dijo él, como sabiendo que su cara era inexpresiva-. Es su querida hija pero hace años que la perdió. Y no hay que olvidar que El Murciano es un tipo duro que le resbala todo. En ese momento lo que le importa realmente es vengarse de la muerte de su hija.
          Lo soltó de un tirón mientras el equipo recogía el material para irnos.
          -Ha estado bien, Jacinto –le dije condescendiente. 
          Terminada la escena, Ruperto, con el Ford Horizón que nos había proporcionado el productor Toni Vives, acompañó a Jacinto al hotel. Si este último hubiera sabido que Ruperto no tenía carné de conducir…
          En la cena el hombre lobo volvió a dar un repaso al cine español y a sus críticos, a los que odiaba a muerte. No podía entender cómo coño no les gustaban sus películas y lo consideraban un mal actor.
Creo que ser crítico de cine es casi peor que ser funcionario, pero en aquel momento estuve de acuerdo con ellos. 



Sábado, 12 de julio


Llegamos sanos y salvos al sábado de nuestra segunda semana de rodaje. Estábamos en el ecuador de la película.
En el planning de rodaje estaba planificado rodar por la mañana la secuencia de la conversación entre Naschy y Rodolfo, la continuación de la secuencia del encuentro en la plaza de los dos personajes. No se pudo hacer en su día porque Justo, el dueño del Renault y representante de productos de limpieza, se tenía que ir a hacer un pedido a Manacor, un pueblo lejos de Palma.
          Elegí para rodar unas ruinas de casas que había por el Portixol. Ruperto consiguió varios gitanillos y Eusebio les dio un duro a cada uno.
Cuando ya había colocado actores y cámara, me di cuenta de que Jacinto no estaba. Lo busque con la mirada y lo vi discutiendo muy enfadado con Vito, la encargada del vestuario.
Todos nos pusimos a mirarlos. Después de unos cinco minutos Vito se acercó a mí muy asustada.
          -Se me han olvidado los zapatos de Naschy. Anoche me los dio para limpiar y me he olvidado de traerlos.
          -No pasa nada, Vito –dije tranquilizador-. Los que lleva son negros y van bien.
          -Se lo he dicho pero no quiere. Dice que esos zapatos no son los de la escena. Lo siento, se me han olvidado. No tengo ayudante y a veces se me olvida algo. Piensa que yo por la noche lavo y plancho la ropa que sale en las secuencias del día siguiente.
          -Ponte tranquila, Vito.
          Me acerqué a Jacinto que estaba muy enfadado.
          -Mira, chico, esto no puede ser –me dijo alterado-. Está bien que tenga que utilizar mi ropa, mis zapatos, hasta mis gafas de sol, está bien, pero que la de vestuario no se enteré de lo que llevo en cada secuencia es inaceptable. Inaceptable en cualquier rodaje serio.
          -Vale, de acuerdo, tienes razón, se ha olvidado los zapatos, ¿pero qué hacemos?
          -Que vaya alguien a buscarlos al hotel. Esta a media hora de aquí. ¿Pueden utilizar mi coche?
          -Vamos a ver, Jacinto –dije, intentando controlarme-. Solo voy hacer un plano general de los tres con el coche y nada más.
          -¿Solo vas hacer un plano? Va a ver muy pocos planos en esta película.
          -Jacinto, creo que ya hemos discutido esto de los planos.
          -Vale, vale, es cosa tuya. Pero que conste que yo opinó que faltan primeros planos.
          -De acuerdo. Repito, voy hacer un solo plano general donde tú le dices a Rodolfo que es lo que tiene que hacer, luego tú y tu guardaespaldas os metéis en el Renault y os vais dejando tirado a Rodolfo bajo la mirada de los niños gitanos, ¿estás de acuerdo?
          Asintió con la cabeza mirando a todas partes. A lo lejos el equipo estaba esperando expectante.
          -O sea que los zapatos que llevas casi no se van a ver.
          -Pero no son los de esta secuencia.
          -Pero son casi iguales, son negros.
          -Pero son mocasines y los que llevo con este traje son de cordones.
          No hubo forma de convencerlo ni tampoco estaba con nosotros Eduardo Fajardo para ayudar a arreglar el percance. Decidí mandar a Vito con Ruperto al hotel a buscar los putos zapatos.
          Al cabo de media hora estaban de vuelta y Jacinto se podía poner sus zapatos. Era tan grande la tensión en el set que nadie se atrevía a hablar.
Rodé la escena dos veces y luego los planos a los gitanillos mirando la escena. En un momento dado Manolo, el eléctrico, me dijo que no le parecía bien que les diéramos tan poco dinero a los gitanillos.
-Dales más dinero tú –le dije-. Ellos están encantados y, por otra parte, yo no tengo un duro.
-Entonces no los ruedes.
-¿Tú de qué vas, Manolo? –le dije molesto-. Estás en una película de bajo presupuesto, pero no te preocupes, mañana volvemos y les damos tu sueldo. ¿Te parece bien?
Manolo Moreno, valenciano y gitano puro se rebotó y empezó a quejarse a gritos. Yo me dispuse a echarlo del rodaje de mala manera, pero Marc me lo impidió.
-Déjalo, se ha fumado un porro después de desayunar y le ha caído mal.
Así terminó la historia.
          Volvimos al hotel en silencio, y cuando entramos en el hall cada uno se fue por su lado.
          Por primera vez no bajé a comer por miedo a no armarla con Jacinto. Eduardo me llamó por teléfono.
          -Ya me han dicho lo que ha pasado.
          Me dejó despotricar durante cinco minutos contra Jacinto y cuando me calmé, me dijo:
          -No te enfades, Martín, pero el fallo es de la de vestuario –dijo con su gruesa y agradable voy-. Que Jacinto accediera o no a rodar, es otra cosa. Yo hubiera rodado, pero yo no soy él. Te repito: el fallo es de Vito. Esta mujer, que es encantadora, tiene que estar más al loro porque tiene fallos. Y ahora baja a comer y pelillos a la mar.
          No consiguió convencerme de que bajara.
          Beatriz y yo nos fuimos a comer al Rififí, un restaurante de pescado junto al hotel, y luego nos metimos en el cine a ver Gremlins de Joe Dante, una película de muñecos diabólicos muy entretenida que hizo las delicias del público. Uno de los productores era Spielberg.
          Por la noche, cenamos en el hotel con Eduardo y su mujer. Jacinto ni apareció, cosa que me alegró mucho.
          Mientras que mi amistad con Eduardo se afianzaba cada día más, la relación con Jacinto era fría, distante, hablábamos lo imprescindible, y siempre del trabajo. Lo único cercano de nuestra relación era las interminables anécdotas que contaba el hombre loco en las comidas. Siempre eran historias en las que él quedaba bien y los demás fatal. Y al final, irremediablemente, acaba hablando de los malditos críticos y lo mierda que era el cine español.
No me hacía ni pizca de gracia el hombre lobo. Bueno, ni a mí ni a nadie del equipo, que huían en cuanto se les acercaba. Los únicos que le daban bola eran Eduardo y Ruperto, que era un cachondo y pasaba de todo, excepto de su mujer, que seguía martirizándolo con lo de la separación.
Si a Jacinto lo hubiera conocido en la vida normal, no habría sido amigo suyo. No soporto a la gente que solo sabe hablar de uno mismo, y que los demás siempre son los tontos. Pero estaba ahí, formaba parte del equipo de la película y tenía que aguatarme.
Gracias a Eduardo aún no lo había mandado a la mierda. 
                   


Lunes, 14 de julio


El primer día de la tercera semana fue caótico. Estaba previsto rodar las últimas secuencias de la película en la plaza Palou i Coll y en la pensión de mi padre.
          Como a mí no me gusta el sol en las películas empezamos a rodar los planos interiores en las escaleras, cuando Naschy sube, pistola en mano, a ajustar cuentas con su enemigo Rodolfo, que se supone que está más arriba, en la habitación número 15, ubicada en el último piso del edificio.
          El plano era sencillo, Naschy subiendo lentamente las estrechas escaleras hacia la habitación 12. Ahí se tenía que parar y lentamente asomar un poco la cabeza para comprobar que el camino estaba libre. 
          En el pequeño rellano de la habitación 12 se colocó la cámara y unos focos de mil como se pudo. Solo cabíamos el cámara, el foquista, un eléctrico y yo. Estábamos pegados sin opción de movernos.
Era muy sencillo. Naschy solo tenía que subir en tensión unos quince escalones. Pararse y asomarse al largo tramo de escaleras que llevaba a la última habitación de la pensión: la número 15. Nada más. Pero no hubo manera.
Antes rodar la escena vi a Jacinto nervioso, caminando de un lado a otro por el largo pasillo del piso inferior. Me acerqué a él acojonado.
-¿Qué pasa, Jacinto? ¿El vestuario está bien?
-Ya me da igual el vestuario. Lo que pasa es que no lo tengo claro. Es una escena difícil, complicada, que si te pasas un pelo la cagas, te queda sobreactuado.
-Vamos a ver, Jacinto –dije intentando no explotar-. Lo estás haciendo muy bien. Estás en tu papel de malo de puta madre. Lo digo en serio. Estoy contento con tu trabajo.
-Por eso precisamente tengo que estar genial.
-Lo estarás, pero si no te complicas las cosas.
-A veces no te entiendo, Martín. Me da la sensación de que no he actuado en esta película.
-Pues yo creo que estás muy bien.
Lo decía de verdad. En los copiones que veía día sí y día no en el cine, Jacinto estaba muy bien en su papel de El Murciano. Era creíble.
-Ya estamos, Martín –gritó Marc, el director de fotografía, cansado de esperar.
-Ya vamos, Marc.
-Vamos –dijo Naschy como si fuera a hacer algo realmente trascendental.
Todo el mundo se puso en su lugar. Acción, dije, y Naschy no se movió.
-Disculpad, disculpad. Vamos otra vez –dijo Jacinto sin mirar a nadie.
Acción, repetí, y Naschy empezó a subir lentamente haciendo caras extrañas.
-Corta. ¿Qué haces, Jacinto?
-¿Cómo que qué hago? Estoy intentando darle credibilidad a este personaje.
-¿Pero por qué no te limitas a comportarte con naturalidad?
-No puedo comportarme con naturalidad porque no soy un asesino ni me llamo El Murciano.
El plano lo repetimos catorce veces hasta que dije a Rodolfo que trajera los bocadillos de la mañana.
Jacinto y yo volvimos al pasillo del piso inferior. Con una cerveza cada uno en la mano.
-Te voy a dar mi opinión, auque para ti sea un joven inexperto.
.No, no quiero que te ofendas, pero hay una cosa que se llama experiencia, tablas, pero eso no quiere decir que no tengas talento. No te confundas, Martín.
-Supongo que sabes quién es Robert Mitchum. Pues bien. Responde a una pregunta. ¿Robert Mitchum cambia de cara en alguna de sus películas?
-¿Qué quieres decir?
-Yo adoro a Robert Mitchum, me encanta, para mí es un actor con un carisma increíble, pero su cara nunca cambia, es impasible. ¿Entiendes qué lo que quiero decir? Cuando rodemos la escena no hagas nada, solo piensa que en el piso de arriba hay el hijo de puta que quieres matar desde hace mucho tiempo. Y ya está. No pienses en nada más. Ahora te dejo y piensa en lo que te he dicho, ¿vale?
En cuanto le di la espalda llamó a Manuela para que mirara a ver cómo estaba el maquillaje.
Me fui con el equipo que estaban flipando con Jacinto. Después de los bocadillos opté por rodar la escena de Rodolfo cuando apunta a El Murciano desde lo alto de la escalera. Solo tuve que hacer dos tomas. Luego nos fuimos a comer en la Pensión Bujosa, justo enfrente de la pensión de mi padre.
Bebimos vino, cafés y copas, y volvimos a las cuatro al set.
Parecía que Jacinto lo tenía claro. Se volvió a colocar la cámara y los focos en el rellano de la habitación número 12. Nachy se puso en su sitio y yo grite: Acción.
El hombre lobo empezó a subir escalones muy muy despacio, tanto que tuve que cortar.
-Jacinto, si subes tan despacio la película durará media hora más.
Todo el mundo rió a gusto menos Jacinto.
-Es que lo tengo que adivinar todo en esta película. No sé si subir rápido, lento, arrastrándome. Necesito saber algo, cualquier cosa por insignificante que sea..
Perdí los estribos y grité.
-¿Quieres saber algo insignificante? Sube la escalera como te salga de los cojones pero sube lo más natural que puedas.
-Entonces subo tranquilo.
-¿Cómo coño vas a subir tranquilo ahí arriba hay un hijo de puta esperando para matarte? ¡Coño, Jacinto! Pon un poco de tu parte.
-Yo creo que lo mejor sería dejar esta secuencia para mañana.
-Estoy seguro que mañana estaremos de nuevo aquí. Pero por favor vamos a rodar este plano.
-Esto no se hace así. Pero de acuerdo, vamos a rodarlo bajo tu responsabilidad.
Volvió a su primera posición e incomprensiblemente Nashy lo hizo bien a la primera.
-Por mí vale.
-Me gustaría hacerlo otra vez, sí se puede –me pidió con cierta humildad.
-No, Jacinto, no lo harás mejor y el negativo vale una pasta que te cagas.
El plano de Nashy subiendo la escalera nos había costado casi toda la mañana y parte de la tarde. El siguiente plano era la continuación del que acabábamos de rodar. Naschy se asomaba al tramo de la escalera estrecha y larga y la encontraba vacía, hasta que pasados unos cinco segundos aparecía Rodolfo, con la pistola en la mano. Los dos se miraban intensamente hasta que Rodolfo reía y empezaba a disparar. Nada más.
El plano de Rodolfo ya se había rodado, ahora le tocaba a Jacinto.
La cámara se colocó arriba de la escalera, en el rellano de la habitación número 15. También estábamos estrechos.
Era el punto de vista de Rodolfo. Era un plano sencillo. Naschy aparecía por la escalera y empezaba a subir lentamente hasta que Rodolfo aparecía pistola en mano. La señal de que veía a Rodolfo se la hacía yo con los brazos.
-¿No puede ponerse Ruperto?
-¿Dónde, Jacinto? No cabemos ni nosotros. Pero tú mírame a mí y cuando mueva los brazos es cuando tú ves a Rodolfo. Fácil. Vamos hacerlo.
Acción, grité, y Naschy apareció por la escalera y empezó a subir con los ojos muy abiertos, como si estuviera viendo al demonio o algo parecido.
-Corta –grité-. Vamos a ver, Jacinto. Al principio no ves a nadie aunque sabes que Rodolfo está dentro de la habitación con La Rizos. Pero no ves a nadie hasta que yo agite los brazos. En ese momento tienes que ver a Rodolfo. Brazos moviéndose aparece Rodolfo.
 -¿Pero dónde está exactamente Rodolfo?
-A la derecha de cámara, para ti la izquierda.
-A la derecha o sea a mi izquierda.
-Exacto.
-¿Lo intentamos?
Lo intentamos de nuevo hasta once veces. Yo creo que, al final, Jacinto estaba tan agotado de hacer caras, que le salió bien. Fue estresante. Tanto que corté el rodaje y nos fuimos todos de mala leche al hotel.
Ni siquiera bajé al comedor y Eduardo me llamó.
Le conté el desastre de rodaje.
-¿Pero tú estás contento, Martín con lo rodado.
Le dije que sí pero que había sido terrible. 
-Menos mal que mañana termina porque de lo contrario lo ahogaría con mis propias manos.
-Mañana irá todo mejor porque yo también ruedo en la plaza. Ahora si no quieres cenar, pégate una ducha y métete en la cama. ¿De acuerdo?
Es lo que hice. Me metí en la ducha pero con Beatriz, luego en la cama y nos quedamos dormidos del agotamiento.
Mañana sería otro día.
El último de rodaje de Jacinto.



Martes, 15 de julio


Amaneció lloviendo a cántaros y no pudimos rodar secuencias de exteriores por lo que Jacinto no pudo rodar.
          Todo el día nos dedicamos a rodar planos interiores en la pensión con Marta Flores que había venido de Barcelona para interpretar el papel de La Trueno, la dueña de la pensión donde vivía La Rizos. Marta era amiga además de mi representante como actor y nos hacía un precio muy especial por el corto pero intenso papel de La Trueno.
Una de las secuencias de ella era con su macarra, pero el actor que tenía que hacerlo la noche anterior tuvo un accidente de coche y estaba en el hospital con un brazo y una pierna rotos. Manolo se ofreció para hacer el papel. No tenía que decir nada, solo mirar como Ángel, el papel que interpretaba yo, llegaba a la pensión y subía las escaleras. No hubo ningún problema.
También se rodaron mis planos subiendo distintos tramos de escaleras y mi entrada en la habitación número 15 donde se suponía que vivía La Rizos.
Por la tarde rodamos la secuencia de La Trueno y La Rizos hablando en la recepción. 
Fue un día de rodaje tranquilo sino hubiera sido por Toni Garau, el ayudante de producción, que se acercó a mí y me dijo que Manolo quería hablar conmigo.
El gitano me esperaba en la calle con Marc.
-¿Cuánto voy a cobrar por el papel que he hecho? –me dijo sin mediar palabra.
-¿Tú eres idiota o qué? –le dije mirándolo a los ojos dispuesto a reventarle la cara.
Menuda cosa le dije. Empezó a gritar hasta que Ruperto lo tranquilizó diciéndole que no tenía razón, que nadie le había dicho que iba a cobrar. Al final se llevó al gitano lejos de mí.



Miércoles, 16 de julio


El miércoles salió el sol de nuevo aunque no disminuyó el intenso frío. A las ocho todo el mundo estaba desayunando menos Jacinto, que rodaba por la tarde.
Para las secuencias de La Rizos caminando por la ciudad iba a hacer una excepción rodando con sol para que se marcaran claramente dos ambientes: el del barrio chino y el del centro de la ciudad. Quería dejar claro las dos formas de vida. Lo bueno y lo malo… entre comillas.
Se rodó a La Rizos saliendo del barrio chino y recorriendo los bonitos lugares de la ciudad y el Paseo Marítimo con sus yates. Aunque sin diálogos, quería dejar claro que La Rizos soñaba con salir de su entorno para conseguir una vida mejor.
Comimos de nuevo en la pensión Lujosa que estaba justo enfrente de la pensión de mi padre y esperamos que la plaza Palou i Coll quedara en sombra. Por eso se citó al hombre lobo después de comer. Toni Garau de producción, se había quedado en el hotel a hacer unas cosas para luego llevar al set al hombre lobo.
Toni era un hombre de cuarenta años que se ganaba la vida haciendo bodas y comuniones en su pueblo de Calvià. Era un hombre de pueblo que no se cortaba los pelos de la nariz ni de las orejas y era terrible. Yo no me atrevía a decirle nada porque me daba corte, aunque, por otra parte, le  pegaba muchas broncas porque se despistaba mucho.
A las cuatro ya se había montado la cámara en la plaza y puesto el Reanult en donde yo quería. Sólo faltaba Jacinto. El plano lo haría con el coche parado y Naschy esperando dentro hasta que viera a Rodolfo cruzar la plaza. Entonces salía del vehículo y lo miraba desaparecer por la calle de la pensión.
Toni se presentó con Jacinto una hora más tarde porque Jacinto no estaba preparado. De nuevo me reprimí y no dije nada, pero Jacinto me llevó a parte y me dijo:
-Yo no puedo tener un chófer con pelos en la nariz y las orejas. No puedo, es superior a mis fuerzas.
-¿Te parece que lo hablemos al final del día tranquilamente, Jacinto?
-Vale -dijo con muy mala cara y se metió dentro del coche.
Solo tenía que mirar como Rodolfo cruzar la plaza.
Acción, dije y Naschy miro de una forma extraña.
-¿Qué pasa, Jacinto? –dije apático.
-Creo que El Murciano estaría fumando.
-Pues fuma.
Se le dio un cigarrillo y lo encendió. Acción, volví a decir, y Rodolfo volvió a caminar hacia la pensión.
-Corten. Vamos hacer una de seguridad –dije.
-¿Te parece bien? –me preguntó Jacinto, aparentemente preocupado.
-Perfecto. Vamos hacer una de seguridad, ¿te parece bien a ti?
-¿No quieres qué cambie nada?
-Nada.
La escena se volvió a repetir. Después le hice un plano corto.
-¿Puedo decir Voy a por ti, Rodolfo?
-Dilo si quieres.
Rodamos el plano corto de Naschy sin problemas. Solo quedaba el plano de él caminando hacia la pensión.
-¿Quieres que camine de alguna forma especial, Martín?
-Camina como caminaría El Murciano, Jacinto –le dije muy aburrido. No puedo con los actores que te lo preguntan todo, absolutamente todo.
El actor tiene que saber hacer su trabajo, y la función del director es enseñarle el camino a seguir. Pero eso, Jacinto no lo tenía muy claro. No podía imaginarme el rodaje de sus películas.
Acción, dije, y Naschy empezó a caminar, y en medio del trayecto se paró y se puso a pensar para luego reanudar la marcha pasados unos segundos. Corten, dije.
-Corten –grité-. ¿Por qué te has parado, Jacinto?
-He pensado que el personaje tenía que pararse unos segundos para reflexionar. Va a matar a su enemigo. Ha estado mucho tiempo esperando el momento.
-No te pares, por favor. Camina de ese punto a aquel punto, y nada más. Solo camina.
-Vale, ¿y dónde miro?
-Donde te de la gana –grité-. Vas a matar a un tío, mira donde te de la gana, pero camina, por favor.
Acción, dije, y Naschy camino normal.
-Corten, vamos hacer una toma de seguridad –dije.
Jacinto vino hacia mí pero yo le corte con un grito.
-Jacinto, a primera posición. Señores, rodamos.
El hombre lobo dio media vuelta intuyendo el peligro y se volvió a rodar la escena.
-Gracias, Jacinto por tu colaboración en esta película, ha sido un placer. Ruperto, lleva al señor Naschy al hotel.
-¿No lo lleva, Toni? –preguntó Ruperto.
-No, llévalo tú, por favor.
Ruperto se llevó a regañadientes al hombre lobo al hotel.
Había terminado con Paul Naschy.
Ya en el hotel me llevé aparte a Toni Garau y le dije que se tenía que cortar los pelos de la nariz y las orejas.
-Hace tiempo que me los cortaba pero como me crecen muy rápido los dejo.
-Bueno, pues a partir de ahora te los cortas, ¿de acuerdo, Toni?
El hombre se quedó contrariado pero asintió con la cabeza y se fue.



Jueves, 17 de julio


No volví a ver al hombre lobo hasta la noche del jueves en el comedor del hotel. Y para sorpresa de todos, se sentó en una mesa aparte, con una joven rubia de pelo corto, de no más treinta años. No era guapa ni fea y tenía un buen tipo. Vestía dejadamente, con vaqueros y botas, aunque combinaba bien los colores. Era atractiva y educada con un cierto alo de maldad.
          Cuando la pareja terminó de cenar se levantaron y fueron hacia la salida haciendo una parada en nuestra mesa.
          -Os presento a Michele –dijo Jacinto sonriendo sarcásticamente, como si nosotros no nos creyéramos que era capaz de ligar a una mujer, si es que era un ligue.
          Eduardo y Yo nos levantamos y le dimos la mano amablemente pero incómodos.
          -Es francesa, de París y vive en el hotel.
          -De padres se Segovia –especificó la francesa con un castellano perfecto.
          -Nos vamos a dar una vuelta por Palma. ¿Puedo llevarme mi coche de producción? Me va a llevar a algunos sitios que conoce ella.
          Me cogió de sorpresa y le dije que sí. No me lo podía creer, me había pedido el coche de producción para irse con una mujer.
          Antes de irnos a dormir pregunté a Julián el maitre, que si el señor Molina había pagado la cena.
          -Lo ha cargado en su habitación.
Increíble, pensé.
-Esa mujer que va con el señor Molina vive en el hotel.
-Que yo sepa no, pero tendría que comprobarlo en recepción.
-Hablaré con él, no te preocupes –me dijo Eduardo.
Antes de subir a mi habitación me paré en la recepción a preguntar si la francesa vivía en el hotel. Me dijeron que no.



Viernes, 18 de julio
         
           
El rodaje del viernes fue complicado por los problemas sentimentales de Ruperto. Incluso me pidió dos horas para ir a hablar con su mujer. Tan desesperado lo vi que le dije que sí. Menos mal que a las dos horas estuvo de nuevo en el rodaje con los ojos vidriosos. Se iba a separar con una hija, de apenas meses, definitivamente. Estaba destrozado.
          Para colmo Jacinto no había dejado las llaves del Ford Escort en la recepción.
          -¿Piensa utilizarlo todo el día con la francesa? –le dije a Eduardo en el hall a punto de irnos al rodaje.
          -Déjalo, Martín –me dijo Eduardo conciliador-. De todas formas ese coche no se necesita.
          Pobre Eduardo, lo estaba pasando fatal gracias a su amigo que no estaba a la altura.
          El rodaje del día fue bien.
Nos encontramos de nuevo con Jacinto en el comedor por la noche cenando con la francesa. Estaba muy animado.
          Eduardo no sabía donde meterse.
          -A mí me da igual, pero no voy a pagar las cenas de este tío –le dije malhumorado.
          -No te preocupes, cuando terminen de cenar hablaré con él.
          Y así lo hizo. Jacinto mandó a la francesa que lo esperara en la cafetería y él se fue con su amigo al hall. Yo me fui al cuarto con Beatriz.
          Al cabo de media hora me llamó por teléfono Eduardo.
          -Lo está cargando en la habitación –dijo-, pero me ha dicho que él lo pagará todo, que no te preocupes.
          -¿Y si no lo hace?
          -Es un señor y además no me hará quedar mal. No nos queda más remedio que confiar en él.
          -Piensa que nosotros tenemos el dinero justo para terminar la película, no podemos permitirnos el lujo de pagar extras.
          -Confiemos en que lo pague.
          -Solo nos faltaba que se ligara una tía.
          Justo cuando colgué el auricular este volvió a sonar. Era Alex, el director del hotel.
          -¿Cómo va el rodaje?
          -Bien.
          -Simplemente te quería decir que el Paul Naschy lo está cargando todo en la habitación. Ya sube bastante.
          -No te preocupes que él se hará cargo –le dije no muy convencido.
          -Yo te lo digo para que lo sepas, nada más.
          -Te lo agradezco, Alex.
          En cuanto dejé al director llame desde la recepción a la habitación de Eduardo y le conté la nueva. No se lo podía creer.
          -Me siento impotente, Martín.
          Me di cuenta de que no podía seguir atosigando al bueno de Eduardo y me calmé.
          Luego llamé a la habitación de Eusebio el productor y también se lo conté.
          -Yo no suelto ni un duro más de lo estipulado, ni un duro más –me dijo y me colgó el teléfono.
         


Sábado, 19 de julio


A primera hora de la mañana me despertó el teléfono, era Ruperto.
          -Baja rápido a recepción –me dijo y colgó.
          Comprobé la hora: eran las seis de la mañana. Bajé a la recepción y me encontré con una ambulancia en la calle.
          -Se llevan a Catalina al hospital –me dijo el jefe de producción.
          -¿Qué le pasa?
          En ese momento apareció Eusebio a tiempo de oír lo que decía Ruperto.
          -Creen que es apendicitis o peritonitis, está muy mal.
          -Vete con ella y que no diga que está trabajando en una película, que diga que está en paro –dijo resuelto Eusebio-. Supongo que tendrá Seguridad Social.
          -Supongo –dijo Ruperto.
          -Pues eso, sobretodo que no diga que está trabajando. Es importante –dijo Eusebio.
Catalina Alcira era la scrip de la película. Había acabado de venir de Barcelona de estudiar cine, pero estaba bastante desorientada y le faltaba práctica porque solo había hecho unos cuantos cortometrajes. Era una chica bajita y mona que vestía como una hippie y fumaba porros.
Después de una mañana de un rodaje duro llegamos al hotel a las tres y media. Eusebio pagó la nomina de la semana a todos menos a Jacinto, que no apareció a cobrar. Se le llamó a su habitación y tampoco estaba. Se llamó a la habitación de la francesa y nadie cogió el teléfono. Eduardo se quedó preocupado.
A la hora de comer apareció Ruperto dando la buena nueva. Había operado de urgencia a Catalina de peritonitis a través de la Seguridad Social sin ningún problema. Todo había salido bien y Eusebio respiró tranquilo.
          La tarde del sábado Beatriz y yo la empleamos para ir al cine. Vimos Bajo el volcán, una película perturbadora de mi admirado John Huston. Interpretada por el actor inglés Albert Finney, y la preciosa Jacqueline Bisset. Además, Bajo el volcán, era una novela maravillosa de Malcomí Lowry que había leído y me encantaba. En la sala había muy poca gente y la película no era muy comercial por la difícil adaptación al cine de la novela.
          Por la noche cenamos en el hotel con Eduardo y su mujer. Jacinto Molina seguía sin aparecer y en su habitación no estaba.
          Después de cenar los cuatro nos fuimos a tomar unas copas en una serie de sitios y volvimos al hotel a las tres.
Jacinto y la francesa aún no habían dado señales de vida.
         


Domingo, 20 de julio


Cuando bajamos a desayunar nos encontramos con Manolo Peralta, el foto-fija de la película, que era un enfermero del hospital psiquiátrico y un aficionado a la fotografía, que me estaba buscando.
Era un tío con cierto atractivo que se parecía a Omar Sharif y que tenía mucho éxito con las mujeres. Llevaba un ojo morado y un corte en el labio.
Le dije a Beatriz que me esperara desayunando y yo me fui con Peralta al hall.
          -¿Qué te ha pasado?
          -Dos cosas. La primera que cuando he llegado a mi casa mi mujer me ha echado de mala manera. Ya la conoces y sabes lo celosa que es, se cree que me acuesto con todas las tías.
-No se equivoca –confirmé.
-No se equivoca porque lo hago con las que puedo no con todas. Lo que tiene de pequeña lo tiene de mala leche.
          -¿Y por qué te ha echado?
          -Me he presentado a las siete diciéndole que habíamos rodado toda la noche. Y a ella no se le ha ocurrido otra cosa que llamara al hotel para preguntarlo. 
          -¿Y lo de la cara?
          -Anoche me fui de juerga con Naschy, su francesita y Manuela la maquilladora. .
          -¿Y?
          -Fuimos a cenar, a beber copas… muchas copas. Acabamos en el Sescar, el puticlub de la Vía Argentina donde rodamos. Pero tranquilo, allí nadie conoció a Paul Naschy porque, aparte que éramos cuatro, la mayoría eran extranjeros. No tengo muy claro lo que pasó, aunque creo que la francesita nos metió algo en las bebidas. No estoy seguro, pero creo que la vi haciéndolo. Estábamos colocados pero la cosa iba bien hasta que apareció un camello amigo de Michele y se sentó con nosotros. Era moro.
-Simplifica, Manolo –le dije apremiante.
-Yo fui a vomitar al baño de hombres, pero no encontré papel y me metí en el de señoras para coger un poco y me encontré a Michelle con la jeringuilla colgando de la vena. Te lo juro por mis cuatro hijos.
-¿Y? –pregunté angustiado.
-Creo que estaba muerta porque su estómago no se movía.
-¡Joder, Peralta! ¿Dónde está Jacinto?
          -Espera. Cuando salí del baño el camello estaba insultando a Naschy. Me metí por en medio para defenderlo, y me empezaron a caer hostias de por todo. Si te enseño el cuerpo no te lo vas a creer.
          -¿Y Naschy, Peralta? –insistía yo.
          -No lo sé. Yo me empecé a pegar puñetazos con el moro y ya no lo volví a ver. Desapareció sin dejar rastro.
          -¿Y Manuela?
          -La pobre hizo lo que pudo para defenderme y consiguió sacarme de aquel antro. Luego nos fuimos a urgencias a que me curaran. Y ya de paso me la tiré en el baño del hospital. A esas horas no hay nadie.
          -Sería raro.
-Todo vino rodado.
          -Madre mía, qué drama.
          -Aún no ha terminado.
          -¿Aún hay más?
          -Cuando salimos de urgencias llegó una ambulancia. ¿Y a que no sabes a quien llevaban dentro?
          -A Naschy.
          -A Michele, la francesita. Uno de los camilleros iba diciendo que la tía la había palmado. Decía que había sido una sobredosis.
          -¿Y dónde coño está Jacinto? Aunque no me importa, ya ha terminado el rodaje y lo que haga de su vida es cosa suya. ¿Y Manuela?
          -La dejé en el cuarto, no creo que se levante hasta mañana.
          -¿Has llamado a la habitación de Naschy?
          -En recepción me han dicho que no ha venido. ¿Puedo dormir en la habitación del vestuario hasta que mi mujer se tranquilice?
          -Haz lo que quieras y no jodas más.
          -Te he contado esto para que supieras a qué atenerte por si pasa algo. No sé… como pasan tantas cosas.
          -Gracias, Peralta.
          El foto-fija se fue a desayunar y yo me fui al comedor a contárselo todo a Eduardo, pero no estaba. Desayuné con Beatriz y nos fuimos a la casa de campo de unos amigos a relajarnos, pero fue inútil porque no pude dejar de pensar en Jacinto.
          Cuando llegamos al hotel me encontré con Eusebio muy cabreado. Fuimos a la cafetería a hablar.
          -Tienes que acelerar el rodaje porque nos estamos quedando sin dinero. Ha habido una serie de imprevistos que no estaban en el presupuesto. Y queda pendiente lo de la habitación de Jacinto.
          -Jacinto pagará, no te preocupes –dije creyendo lo contrario.
          Le conté a Eusebio, antes de que se marchará a su trabajo de conserje de noche, lo que había sucedido la noche anterior.
          No se lo podía creer.
          Antes de irse al hotel Eusebio llamó a la habitación de Jacinto sin obtener respuesta.
Yo no pude localizar a Eduardo.



Lunes, 21 de julio


Entramos en la última semana de rodaje y estábamos cumpliendo el planning de rodaje.
          A las siete de la mañana salí del ascensor con Beatriz y me fui directamente a recepción por si sabían algo del señor Naschy. Me dijeron que no. En ese momento vi salir del ascensor a Eduardo Fajardo. Enseguida me acerqué a él y le conté todo lo que había sucedido el sábado por la noche en cuatro palabras.
          No daba crédito a lo que estaba escuchando.
          -Esto no lo puede saber su familia –fue lo primero que dijo-. ¿Dónde está ahora?
          -Ni idea. En la recepción no saben nada desde el sábado.
          -¿Has mirado los periódicos de hoy?
No me había acordado de los periódicos donde se suponía que saldría lo de Michelle.
No me equivoqué, en los sucesos de los periódicos salía la noticia:

EN UN CLUB DE ALTERNE CONOCIDO DE PALMA HA APARECIDO UNA MUJER MUERTA POR SOBREDOSIS.

Leímos todo el reportaje y por increíble que parezca el nombre de Paul Naschy no aparecía por  ninguna parte. Los dos respiramos tranquilos.
-¿Dónde coño estará Jacinto? –se preguntó Eduardo.
          El rodaje fue bien, cumplimos con lo previsto, y cuando volvimos al hotel Naschy no había dado señales de vida. Empezamos a preocuparnos de verdad. Incluso pensamos en llamar a la policía pero al final desistimos y nos dimos un día más de margen.



Martes, 22 de julio


Nada más bajar a la recepción pregunté en recepción por Naschy y me dijeron que no había aparecido. Eduardo salió del ascensor.
          -¿Ha aparecido? –fue lo primero que dijo.
          -No.
          -¿Llamamos a la policía?
          -Creo que será lo mejor, aunque tendremos que decir su nombre.
          -Será un escándalo si le ha pasado algo –dijo Eduardo preocupado-. Con lo poco que cuesta hacer una llamada.
          -¿Conoce a alguien en la isla?
          -Que yo sepa no.
          -¿Esperamos volver del rodaje para llamar y le damos un poco más de margen?
          -Esperamos –dijo Eduardo.
          El rodaje del día fue bien, sin problemas, y cuando llegamos al hotel el señor Naschy no había vuelto. Cenamos y nos fuimos a la cafetería a relajarnos y decidir qué hacer.
          -¿Esperaremos a mañana a ver qué pasa? –propuso Eduardo.
          Nos fuimos a dormir apesadumbrados.



Miércoles, 23 de julio


En cuanto salí del ascensor a las ocho de la mañana fui a la recepción a preguntar por Naschy.
          -Ha llegado en taxi a las seis de la mañana –dijo el recepcionista.
          -¿Qué aspecto tenía?
          -Normal. Me ha pedido la llave y se ha metido en el ascensor. Parecía contento.
          Mucho más tranquilo llamé a Eduardo y le dije que el hombre lobo había aparecido de nuevo sin ningún rasguño. Eduardo decidió hablar con él después de rodar.
Rodamos y cuando volvimos al hotel el recepcionista nos dijo que el señor Naschy estaba en el comedor esperándonos para cenar.
          Entramos los dos en el casi vacío comedor y nos sentamos con Jacinto que bebía una copa de vino.
          -¿Qué ha pasado, Jacinto? –dijo Eduardo un poco molesto-. Hemos estado tres días sin noticias tuyas.
          -Yo ya he terminado de rodar, no tenía por qué estar en el hotel –dijo tranquilamente-. Soy mayorcito.
          -¿Qué pasó el sábado pasado por la noche en el cabaret? –dijo Eduardo.
          -¿A qué te refieres?
          -¿Cómo que a qué me refiero? Tuviste una pelea y la francesa se murió de una sobredosis.
          -¡Ah, yo esto no lo sé! Fuimos a tomar una copa a ese lugar donde rodamos y después me largué. No sé lo que hicieron Michelle, Peralta y Manuela. No tengo ni idea.
          -¿Y dónde fuiste? –dije yo.
          En ese momento el recepcionista apareció en el comedor para comunicarle al señor Naschy que tenía una llamada. El hombre lobo nos sonrió y se fue a atender la llamada. Eduardo y yo nos quedamos mirando sin entender nada.
          -Es igual, Eduardo –dije-. Ahora ya sabemos que está bien, que es lo importante. Lo que ha hecho estos tres días no nos tiene que importar.
          -¡La madre que lo parió al hombre lobo de los cojones! –dijo Eduardo reprimiéndose-. Fue una mala idea traerlo, lo siento, me equivoqué. Tendría que haberlo dejado con su depresión.
          -Déjalo correr, Eduardo. Esto ya se termina.
          Jacinto no volvió al comedor y no lo volvimos a ver en toda la noche.
         


Jueves, 24 de julio


Desayunando se presentó Jacinto y le dijo a Eusebio que le sacase un pasaje para Madrid urgentemente porque tenía una reunión con unos productores japonenses que habían venido para reunirse con él. Esa misma llamada el productor le sacó un pasaje para el viernes por la noche porque era más barato.
          Después del rodaje Jacinto nos esperaba en el comedor para quejarse.
          -¿Este productor de qué va? –dijo-. Me saca un pasaje a las doce de la noche de mañana porque es más barato. Mira que he hecho películas, pero lo que me ha sucedido en esta película no me había pasado en ninguna otra. No se puede hacer cine sin dinero, y si se hace hay que hacerlo sin estrellas.
          Ni Eduardo ni yo dijimos nada, nos limitamos a comer.



Viernes, 25 de julio


Nadie del equipo se despidió de Jacinto. Solo Beatriz y la mujer de Eduardo se despidieron de él. A Eduardo y a mí nos estrecho la mano y nos dio las gracias por todo.
          -Ya me llamaréis para el estreno en Madrid, y si no tengo ningún compromiso, vendré encantado –nos dijo perdonándonos las vidas.
Toni Garau, sin pelos en la nariz ni en las orejas, lo acompañó al aeropuerto.
En cuanto vi que el coche se alejaba con el hombre lobo dentro fui rápido a la recepción con el corazón en un puño.
-¿El señor Naschy ha pagado los gastos de su habitación? –dije casi sin aliento.
-No, señor Garrido. Ha dicho que se encargaría de ellos la productora.
Cuando le presentaron la factura a Eusebio casi le da un infarto.
Aquello fue como en Una crónica de una muerte anunciada de mi admirado Marquéz.
El cabreado Eusebio llegó a un acuerdo con Alex, el director, que se lo pagaría en unas cuantas veces.
Había sido toda una experiencia trabajar con Paul Naschy que esperaba no volver a repetir. Con él se fue el misterio de esos días que estuvo desaparecido.



Sábado, 26 de julio


El sábado, el último día de rodaje, nos levantamos todos a las seis de la mañana para rodar el último plano de la película, que era yo con Beatriz a cuestas saliendo de la pensión.
Llegamos al set a las siete de la mañana y aquello parecía un desierto. No había nadie. Marc decidió hacer el plano con un solo foco que iluminaba el portal de la pensión. Se preparó todo y yo dije: acción.
Llevando a Beatriz en brazos, tapada con una sábana llena de sangre de gallina, salí de la pensión y caminé hacia cámara que estaba dentro de un portal de la calle peatonal de Sindicato. O sea que no se veía a nadie. Y cuando justo giré la calle, una mujer de mediana edad venía hacia mí. Huelga decir el susto que se llevó aquella pobre mujer, que tiró la cesta que llevaba y se fue corriendo por una travesía.
-Recogedlo todo que nos vamos –dije dejando a Bea en el suelo y arriesgándome a hacer otra toma.
Se recogió rápido todo y nos fuimos pitando antes de que la policía pudiera aparecer. La pobre mujer nunca se olvidaría de aquella escena dantesca de la que al día siguiente no vería nada en los periódicos y de que nunca llegaría a entender ni olvidar.
Solo uno del equipo tuvo algo que objetar cuando mandé recogerlo todo. Fue Manuel Contreras, el eléctrico.
-Así no se hace cine –dijo despectivamente.
Yo, que ya le había llamado la atención bastantes veces diciéndole que se preocupara de hacer bien su trabajo, exploté y tuvieron que sujetarme porque le hubiera reventado la cara de mierda que tenía.
          Manuel Contreras era un bicho de mucho cuidado que se inclinaba hacía donde más le interesaba aunque con eso perjudicara a los demás. Durante todo el rodaje le hizo la pelota a Naschy que pasa de él olímpicamente, es más, no le hacía ninguna gracia que fuera gitano. Bueno, realmente no hacía gracia a nadie.



Domingo, 27 de julio


El día más triste de un rodaje suele ser el día de las despedidas. Es un día que parece que todas las putadas, retrasos, equivocaciones, odios, insultos, peleas se han olvidado.
Es un día que todos se despiden y, en muchos de los casos, quizá nunca más se vuelvan a ver. Eso tiene el cine, durante cinco o seis semanas vives de diez a doce horas diarias con unas personas para luego, de repente, dejar de verlas radicalmente.
Lo que pasa en un rodaje se queda en un rodaje, me dijo Vicente Parra cuando rodó conmigo El último penalti, mi anterior película.
Me despedí de todos menos del gitano, que se escabulló como pudo para no verme.
          La despedida más triste fue la de Eduardo Fajardo, un hombre que me demostró que uno puede ser derechas y un tío intachable y justo.
-Lo bueno es que todo el mundo se pueda expresar, Martín –me dijo un día-. Que pueda exponer sus ideas para que se puedan rebatir.
Eso no lo entendía mucho ya que él era franquista hasta la médula, y con Franco no había libertad de expresión. Pero bueno, como ya he dicho, Fajardo era un señor en todos los sentidos.
Aquel domingo Bea y yo dormimos en el hotel solos, después de que todos se hubieran ido.  



Posdata.


La película la monté en durante el mes de agosto de ese mismo año en Madrid, y tuve la suerte de que lo hiciera José Antonio Rojo, montador de obras clásicas del cine español. Incluso había trabajado con Orson Wells. Me contaba que el orondo director llegaba por la noche al montaje bastante bebido y deshacía todo lo que él había montado durante el día. A pesar de eso lo admiraba.
          Debido a sus ideas políticas de franquista convencido, nadie le daba trabajo y montó mi película por muy poco dinero. Una miseria comparado con lo que él había cobrado.
          Fue un montaje tranquilo y creativo con el que disfruté mucho con el trabajo y el montaje de Rojo. Yo viví en un hostal ubicado detrás de El Corte Inglés de Preciados.
          Cuando tuve la película montada quedé con Gerardo Silva de la UIP, que estaba en Callao, para enseñarle la película. Al jefe de compras de una de las distribuidoras más importantes del país. le gustó la película y me dijo que parecía francesa. Pero (siempre hay un pero) que como los último thrillers les habían ido mal en taquilla (entre ellos Vivir y morir en los Angeles) que no se la iban a quedar,
          Salí de la distribuidora desanimado. Al día siguiente Rogelio López, amigo y dueño de los estudios de doblaje Arcofón, me presentó al director de la distribuidora Filmoser y organizó un pase de la película para esa misma tarde. Al hombre (no recuerdo su nombre) le gustó la película y soltó 1.500.000 pesetas por derechos de distribución.
          Volví a Mallorca contento de haber cerrado la distribución. Lo que no sabía es que al cabo de unos meses recibiría una carta de Filmoser notificándome que la empresa se había declarado en ruina por la caída en picado del vídeo. Habían invertido 200.000.000 de pesetas y los habían perdido. Fue un golpe duro, aunque habíamos cobrado el adelanto de distribución.
          El mismo mes de recibir la carta y por la necesidad de dinero, vendimos dos pases de la película a Antena 3 por 2.000.000 de pesetas, que se emplearon en pagar las deudas de la misma, excepto 500.000 pesetas que quedaron pendientes en los laboratorios Riera de Barcelona.
          Al buscar otra distribuidora descubrimos que Filmoser había quemado la película estrenándola en unos cuantos cines de barrio hasta recuperar el dinero que nos dio de adelanto, sin decirnos nada. Fue una auténtica putada porque ninguna distribuidora quería una película que ya había sido estrenada.
          Antes de Navidad presenté la película al festival de Berlín y la seleccionaron. No nos lo podíamos creer. El tipo (tampoco recuerdo su nombre) nos dijo que el festival necesitaba una copia subtitulada en inglés a mediados de febrero o algo así.
          Enseguida me puse en contacto con una empresa de subtitulado que hizo el trabajo de un día para otro. Luego me fui a hablar con el dueño de los laboratorios Riera para que nos hiciera una copia. Recuerdo que era casi un anciano.
          -Lo siento, Garrido –me dijo impertérrito-, si tus socios no pagan las quinientas mil pesetas aquí no se hace nada ni sale nada.
          Le expliqué lo de la oportunidad de Berlín. Le supliqué, le rogué. El viejo ni se inmuto. Enseguida llamé a Eusebio y a Toni Vives para decirles lo que me habían dicho. Se limitaron a decirme que no tenían dinero.
          Por desgracia no pudimos ir a Berlín.
Era la segunda putada que le pasaba a la película por lo que decidí mandarla a otros festivales que no se necesitara subtitulado. Nosotros teníamos una copia en 35 mm para proyectar.   
Cansado y cagándome en todo hicimos un estreno en los Multicines Chaplin de Palma de mi amigo Joan Olives. La productora invitó al estreno a Eduardo Fajardo, Paul Naschy, Joana Amaro y Lorenzo Santamaría. Estos dos últimos responsables de la banda sonora de la película. La primera como cantante y compositora, y el segundo como productor.
Recuerdo las palabras que me dijo Jacinto al terminar la película.
-Me gusta la película, Martín. Es una película diferente. No estoy arrepentido de haberla hecho. Además, me has traído buena suerte porque empiezo a despegar de nuevo.
Después del estreno empecé a mandar la película a festivales españoles y a todos los que mandé me la seleccionaron. Fui como a cinco o seis.
En el festival VII Cinema Internacional de Reus de 1989 ganó el premio Fructuos Gelabert a la mejor película. En La semana del cine español (era el festival más importante que había en España, después del de San Sebastián) de 1990, Beatriz Barón estuvo a punto de llevarse el premio a la mejor actriz del festival por su papel de La Rizos.
Me acuerdo perfectamente la noche anterior de la clausura del festival que el director me llamó para hablar conmigo.
-Te voy a dar una mala noticia, Garrido –empezó diciéndome-. Hasta hace una hora Beatriz Barón se iba a llevar el premio a la mejor actriz del festival, pero no va a ser así. Se lo va a llevar Iciar Bollaín. La razón es la presión que nos ha hecho la distribuidora de su película. Los festivales dependemos de las grandes distribuidoras.
El año anterior, en el mismo año, Beatriz Barón había sido también nominada para la mejor actriz por Proceso a E.T.A de Manuel Maciá.
El último festival al que fue la película fue el de San Sebastián a la sección Diamantes para la eternidad. Es curioso que la idea de Mordiendo la vida naciera en San Sebastián y el último festival donde se vio también fuera San Sebastián.
Sólo volví a ver una vez más a Jacinto y fue en Madrid en la fiesta de  después de un estreno, del que no recuerdo el título. Iba con su mujer y se alegró mucho de verme. Pocos años después leí que había muerto.
En cuanto a Eduardo Fajardo, después del estreno en Palma, no lo he vuelto a ver. Montó una obra de teatro mía en Almería titulada Al principio y al final del camino, nada más y nada menos, que con un prólogo del impresentable Carlos Herrera. Por cierto, ponía bastante bien la obra.
En 2017 la productora Vial of Delicatesser la ha sacado en DVD (distribuida por Cameo) como película de culto.
Todo un honor.



La única que enseña las piernas es Beatriz Barón. Detrás de ella están Iciar Bollaín y Paula Molina, entre otras muchas futuras actrices famosas.